29 septiembre, 2017

tres

Estaba iniciando con la separación de la ropa, había demasiadas camisas blancas, algunas ya estaban percudidas por el sol, el uso y el tiempo, separó también los pantalones, vio cuáles podían ser usados nuevamente para no tener que lavar de más. Sonó el despertador, había puesto la alarma para antes de que fuera demasiado tarde, tenía una hora todavía, debía de ser rápido si quería estar libre antes de la noche. Tomó un cesto y puso toda la ropa dentro; el departamento se encontraba solo, el refrigerador dominaba la cocina con su ruido, clamaba por tener algo que enfriar aparte de una leche ya comenzada, una mostaza y algo que un día fue una manzana. Apagó la luz Ludwig de su cuarto luego de haber reunido todas las cosas para lavar. Buscó el jabón, un suavizante, las llaves, entró a la sala para ver debajo de los sillones que no quedara algún rezagado del cesto, debajo de la mesa se encontraba un calcetín, era el que faltaba. Había media hora para que no le ganaran la lavadora, siempre los sábados ella era puntual para usarla, siempre medida en tiempo, siempre la misma cantidad de ropa a remojar, siempre tan soberbia y déspota con la gente y era maldición al que usara la máquina luego de ella porque pasaban exactamente tres horas para que la dejara de usar, de las siete a las diez de la noche, se volvía una dictadora cuando se postraba frente a la máquina, siempre tres horas exactas porque acomodaba la ropa, la remojaba, le asignaba tiempo, calor al agua, nivel y cantidad de jabón, horas para llenarla al nivel ideal, todos sabían en el edificio que no se podía usar la lavadora de las siete de la tarde a las diez de la noche y a las diez era el momento de cerrar la lavandería por el ruido del viejo aparato, Ludwig sólo tenía los sábados, al igual que ella, libres para lavar la ropa y debía de ser rápido para llegar minutos antes para ganarla y usarla por lo menos una media hora que es lo que le tomaba dejar limpias a sus vestimentas. Todo listo, su mente rezaba, era una hora ideal para no toparse con ella, para ganarle sus horas que se autoimpuso y le impuso a todos en el edificio. Apago luces, saco el cesto a las afueras de su departamento, miró por última vez lo que ahí tenía y supo que todo estaba bien. Cerró la puerta y bajó rápidamente las escaleras, chocó contra una señora del piso de arriba, no pidió disculpas, luego lo haría, faltaba poco tiempo para que la “dueña” de la lavadora hiciera acto de aparición, dos pisos restaban para llegar a la máquina de limpieza. Lo detuvo una niña pidiéndole ayuda para abrir la puerta de su casa, dudó un momento en hacerlo pero le ayudó, corrió por los escalones y resbaló, el jabón por suerte estaba cerrado y no se tiró algo de él pero la ropa se esparció por todos lados, su trabajo para separarla fue en vano, no importa, todavía tiene tiempo para llegar a la lavadora y usarla por media hora. Ya veía la puerta que mantenía aprisionada al aparato codiciado, la abrió, lo había logrado, era su santogrial. Deposito el suavizante en el recipiente para el mismo, puso el jabón en su lugar preciso, echó la ropa, insertó una moneda e iba a apretar el botón de inicio cuando ella, la mujer de las tres horas apareció y le dijo: Lo siento, la lavadora está muerta, la reparan hasta el lunes.