25 diciembre, 2010

Luces y niebla

No hacía tanto frío, pero caminar con los pies descalzos era insensato, sobre todo en una madrugada de neblina espesa. Beto, de seis años, confía en ver a Santa Claus -esta vez sí-
Se acerca a la ventana, hace círculos con la mano sobre el vidrio empañado. No ha salido el sol, las luces navideñas de los vecinos de enfrente apagan y prenden debilitadas por la neblina, como difusas gotas de arcoiris que flotan en el aire.
Nadie a la vista. Beto se sienta detrás de un sillón, envuelto en un cobertor, bien oculto y más alerta que nunca.

En una de las habitaciones del segundo piso, el papá de Beto despierta. Tarda unos segundos en disipar la marisma del sueño, mira el reloj: seis con treinta y ocho minutos. De un brinco silencioso sale de la cama y con cuidado saca los regalos de arriba del clóset. La prisa lo distrae del frío creciente, después de todo sólo viste unos boxers y una camiseta.
Baja las escaleras lamentando en silencio cada leve crujido de los escalones, comienza a notar el frío que entumece sus piernas y lastima sus pies. Sus dientes tiemblan ligeramente.

Beto escucha pasos. "Es él", piensa. En su estómago crece una emoción que podría vencer cualquier frío. Ahora no sabe qué hacer, si correr al encuentro de Santa o llamar discretamente su atención. Los pasos se oyen más cercanos, la duela del piso cruje cada vez más -aunque no tanto como esperaba, quizás Santa no sea tan gordo como dicen-

Asoma la cabeza por el canto del sillón. Descubre que, no sólo no es tan gordo, sino que es bastante flaco, no lleva un traje rojo, sino boxers y una camiseta, no tiene una barba blanca, sino una de tres días, más bien castaña, y no se llama Santa Claus, sino Ernesto.

Una confusión triste invade la mente de Beto, su mandíbula tiembla de frío e incertidumbre, decide correr a su cuarto, sin embargo, en la azotea se escuchan pasos...

03 noviembre, 2010

Fue al caer en la cuenta de que podía saber lo que los otros escribanos anotaban tan sólo con percibir el recorrido de cada pluma sobre el papel cuando supo que debía tener miedo de sí mismo, pues resultó ser poseedor de un don que nadie podría entender y por el cual sería acusado de hechicero. Terrible ironía para alguien que se dedicaba a perpetuar las declaraciones temblorosas de los acusados y que estaba en la cómoda posición de apiadarse de ellos por estar tranquilamente sentado al lado de Sus Excelencias, los jueces clericales. Un peón de la palabra, humilde pero de buena reputación, un servidor del proceso de la erradicación hereje. La acusación en su contra se volvería superlativa al agravársele con el cargo de traición, por pertenecer al propio organismo acusador. Sería señalado como el germen infeccioso e hipócrita al que se debía exterminar cuanto antes Cuando apenas intuía su condición era por reconocer en su hasta entonces apacible interior un espíritu demasiado lírico para el oficio que ejercía. Fue cuando a su mente ocupada en escuchar y escribir venían palabras y composiciones de éstas, demasiado extrañas y tentadoras, que pugnaban por agregarse a su redacción o francamente reemplazarla y dotarla de belleza; empero despojándola de la verdad, lo cual era el elemento precioso y único de su tarea. La primera ocasión en que este fenómeno se suscitó, tuvo lugar en el juicio de una joven, que se adivinaba aún incólume, y que se afirmaba igualmente a sí misma ante la acusación de concubina del Caído. La pluma debía escribir la negación textual cuando repentinamente una voz sin timbre ni resonancia ordenó escribir:
"Todavía guardo mi flor
y la perla en su interior".
En vez acatar la orden la espantó como a un mosquito, que de ahí en adelante prosiguió con su acosadora presencia. Luego se percató de que su oído no se saciaba con las palabras de los acusados y empezaba a alimentarse del cuchicheo de las plumas. Cuando dejó de sorprenderle su sola capacidad de audición descubrió horrorizado que adivinaba cada letra con cada trazo de tinta. El primer momento fue de mortal certeza: pensó que bastaría que alguno de los presentes en la sala se volviera a él para darse cuenta de quién era en verdad. Luego de superada la dosis inicial de terror creyó estar a salvo si nunca dejaba escapar el secreto, como había logrado hacerlo hasta entonces. Pero cuando contenerse se volvió doloroso supo que no resistiría más y que sería descubierto a no ser que hiciera desaparecer su maldición, o a él mismo.
Una noche de benévola privacidad, garabateó febrilmente todo lo que no podía permitirse escribir durante el dictado que tomaba de los condenados, así como todo lo que escuchaba a otros escribir. En la habitación iluminada totalmente pero con cariz mortecino pasó su desvelo hasta haber desahogado su don, que continuaba dándole trabajo conforme avanzaba en el mismo. En un desfallecimiento de cansancio y hartazgo llegó a la cruel noción de que no era suficiente liberar las insistentes ideas que se le agolpaban sin ninguna coherencia ni conexión entre ellas. Salió de su aposento con todos los legajos producidos, dispuesto a incinerarlos y mandar su peligroso contenido a otro mundo, donde nadie pudiera acusarlo por ellos. Y al llegar a la gran explanada central y ver los profundos nubarrones cargados de sangre tuvo un acometimiento más violento que los anteriores y tuvo que seguir escribiendo, desesperado, enloquecido, encima de los últimos espacios del papel y hasta encima del texto. Su esfuerzo fue lamentable: el ímpetu de lo desconocido era más rápido que su brazo que principió a hincharse, con sus venas como enredaderas.
Al otro lado del tiempo, en ese momento, un anciano en un amanecer en los portales se dejó caer sobre su máquina de escribir, en mitad de una epístola, con una insólita hemorragia. Nadie pudo negar que lo que brotó de él era tinta pura.

28 septiembre, 2010

Una Navidad Maravillosa

- Este cuento es en realidad de mi mamá, yo sólo la hice de corrector de estilo. -



Por siempre quedaría en mi mente ese momento en que lo tuve claro. La navidad ya estaba cerca, la gente vaciaba sus bolsillos y sus vidas caminando a toda prisa de un negocio a otro, con esa sensación de exquisito dolor en el corazón, ese sufrimiento delicioso de gastar y gastar como quien no resiste el dinero en las manos ni las ganas de dar a otros cosas que quizás no merecen.

Todos tienen recuerdos bellos de estas épocas, pero para mí significa muchos recuerdos en uno, de las infancias de mis hijos, sus caras inocentes y esperanzadas mientras adoraban al niño Dios, el ver en sus ojos reflejada la fe, como si el espíritu santo fuera una lágrima detenida en sus pupilas que observaban el mundo con facilidad y alegría. Esas son las mejores navidades para mí, los mejores recuerdos.
Sin embargo, a veces es inevitable dar el salto de la infancia de mis tres hijos a la mía.
Cada vez que esta fecha estaba cerca, yo, como todos los niños, me llenaba de ilusiones, como todos, corría a ver qué me había dejado el niño Dios apenas despuntaba el alba del veinticinco de diciembre.

Y de ahí me remonto de nuevo a una navidad, una en especial.
En ese momento específico, la pobreza era agobiante en mi familia, parecía invadir el alma de mis papás y obligarlos a fruncir el ceño, ahora me doy cuenta de cómo era, pero cuando era niña no lo notaba, no me afectaba, era una realidad que asimilaba rápidamente.
Mi casa era muy grande y sombría, parecía como si de las paredes emanara un aliento frío que se reposaba como una niebla, pero había también una luz muy fuerte que no sólo iluminaba todo, también nos daba calor protegiéndonos de las gélidas caricias de la nada. Esa luz era mi madre.

En las calles se podían ver las casas adornadas con luces y en sus interiores había árboles de navidad relucientes y coloridos, las calles eran muy diferentes a como solían ser, sobre todo en las noches, era como si una llovizna de estrellas irisadas hubiese caído silente y súbita, llenando todo de alegres destellos fugaces que se anidaban en el alma, pero mi casa era la triste excepción.
Mi mamá no perdía el optimismo. Ella sabía que al amanecer no habría regalos para nadie y en cierto modo yo también lo sabía, la cara escuálida y amarga de la carencia era demasiado evidente en mi casa, era como un extraño fantasma invisible que no dejaba de recordarnos su presencia con la voz del hambre y la necesidad, pero cuando se es niño, paradójicamente, se es más fuerte y más sabio para resistir su embate.

Mi mamá había planeado una sorpresa para nosotros, en un árbol que estaba en el patio y en cuyas ramas crecían unas cosas redondas con flores – las cuales harían el papel de esferas – empezó a poner pelo de ángel de colores cubriendo casi por completo el follaje, después puso en el suelo una linterna de pilas que mi tío solía traer a la casa, la prendió con la luz apuntando hacia aquel árbol inundado de seda de colores, y con un grito desbordado de alegría nos llamó a mi amiga Blanca, a mis hermanos Norma y Héctor y a mí.

Cuando llegué y vi ese árbol radiante y luminoso en medio de aquel patio donde por lo general sólo había sombras densas, quedé cautivada, fue como contemplar un milagro, como si ese árbol hubiera brotado de una fantasía, como si un arcoiris se hubiera dispersado entre sus ramas dándole vida y alma, fue algo maravilloso.

Mi mamá fue a la cocina a preparar enchiladas y yo me paré junto a ella, confundiendo el calor del fuego con el de su propio cuerpo, mis hermanos menores ya se habían dormido, mi papá se había ido a Guadalajara a pasar estas fechas con sus hermanos, la mayor de mis hermanas, así como mi hermano que le seguía en edad ya no vivían con nosotros, y mis otras dos hermanas estaban en un baile. Así que todo aquel momento se reducía a mi madre y yo en esa cocina distante en el tiempo, donde el ambiente era tibio y el tiempo flotaba silencioso y pausado.

Mi mamá intentaba explicarme que esa navidad no habría regalos, que esa noche no llegaría el niño Dios, su rostro era todo un gesto de preocupación y ternura que se quedó adherido a mi mente hasta estos días, su mirada de una melancolía impotente parecía implorar comprensión, como si su alma hubiera escrito en sus ojos: “entiende, por favor”.

Yo ya sabía que el niño Dios no existía, sabía muy bien que era ella quien compraba los regalos, pero fingía ignorarlo y mi mamá me creía, así que le dije que me iría a dormir y al despertar, como todos los años, ahí estarían mis regalos, nunca habían sido regalos grandes o costosos, pero a mí no me importaba, la alegría de encontrar una caja con mi nombre en la mañana de navidad era siempre la misma, fuera lo que fuera que encontrara.

La noche transcurrió rápida y discreta como un suspiro de amor. Desperté y corrí a buscar mi regalo pero, como se me había advertido, no había nada.
Mi corazón se fue inundando de decepción, como si una tormenta cruel de tristeza cayera sin piedad en la devastada tierra de mi esperanza. Pero toda esa tristeza empezó a desaparecer convirtiéndose en alegría cuando voltee a ver el árbol de navidad que mi mamá había hecho para nosotros y fue entonces cuando me di cuenta de que sí había un regalo, un regalo que nunca había pedido y que era el mejor de todos, un regalo de Dios: mi madre.

27 septiembre, 2010

Llamada telefónica a un noticiero

- ¿Cuál es su problema?
- Se me perdió una pelota, y el niño que jugaba con ella.
- ¿Cómo es la pelota?
- Mediana, color azul, bien inflada. Con un tallón en uno de sus lados.
- Ya escuchó señor televidente, si usted ha visto a un niño que jugaba con una pelota de estas características, no dude en llamarnos.

06 septiembre, 2010

La muerte de Santa Claus

(Este cuento no es mío, sino de Charles Harper, lo comparto porque es buenísimo)

Ha tenido dolores en el pecho
por varias semanas, pero los doctores
no hacen visitas al hogar en el Polo Norte.

Dejó de pagar su seguro médico Blue Cross,
se marea cuando le hacen exámenes de la sangre,
las batas del hospital siempre se le abren, las

salas de espera le causan dolor de estómago, y
de todos modos nada más tiene indigestión, por lo
menos eso pensaba, hasta el día en que al estarles

dando de comer a los renos, sintió como si la mano
de un monstruo le hubiera agarrado el corazón
y no dejara de apretar. No puede respirar, y el

mundo blanco tan hermoso se torna negro,
y cae sobre su panza de gelatina en la nieve
y la Sra. Claus sale corriendo de la fábrica

de juguetes, gritando, y deja a los duendes
frotándose sus manitas nerviosas, y la nariz
de Rudolph se prende y se apaga como una luz de ambulancia

triste, mientras en Houston Texas en una de esas casas en serie,
yo, de 8 años, le digo a mi mamá que los mensos
de la escuela dicen que Santa Claus es pura mentira,

y ella, tomándome la mano, se sienta conmigo en el sofá
de flores moradas, con lágrimas en los ojos,
y con una terrible noticia en la garganta.

02 septiembre, 2010

Velas encendidas

Pero eso es imposible -contestó molesto-. Entiende que estás enfermo y todo eso que nos cuentas no es más que tu imaginación. Nunca fuiste a la guerra, no puedes hacerte invisible cuando cierras los ojos, ni puedes hablar alemán. Nuestra madre no ha muerto y no sabes qué triste se pone cuando insistes que es su fantasma. Ya basta. Es imposible enterrarte en el cielo. Sólo dime, por favor, qué otra cosa quieres de cumpleaños.

13 agosto, 2010

El viaje

Nadie hubiera adivinado que se iba a Uruguay, así que Luisa podría llegar sin miedo de encontrarse a su esposo en el aeropuerto. Cuando mi vuelo aterrice seguramente él ya se habrá resignado, pensó. Mirar las nubes siempre le había otorgado una paz que no supo definir con otra palabra más que espiritual y, ahora que las miraba desde arriba, sintió que hizo bien en irse, que no había tomado una mejor decisión en su vida. Pero no pudo evitar imaginarse ante un juez preguntándole sus razones, y luego siendo llevada a prisión por quedarse callada. Hasta entonces se dio cuenta que si no le había dejado alguna nota o un recado en la contestadora donde explicara los motivos de su viaje, era porque ella también los desconocía.

03 agosto, 2010

Drama contado a modo de chiste

Pues ahi tienen que eran una mamá, un papá y su hijo, escuincle todavía. Era una familia... tranquila, sin grandes broncas. Pero resulta que un día a la señora le llegaron escozores de sospecha sobre la fidelidad de su marido. O dicho con más categoría, creía que el viejo andaba enchando el leño en otro hogar. No,no,no... La vieja parecía león enjaulado con su propia caca. ¡Imagínense! Nomás daba vueltas dentro sí misma, piense y piense y piense "cómo le haré para cachar a este perro cóscolo, hijo de la Bertha..." Y ya ven cómo lo complican todo las greñudas Primero imaginando lo peor de su señor esposo y luego planeando lo imposible por averiguarlo. ¡¿Pos que pregunten y ya?! Por algo es hombre uno. Uno es sincero. "¿Que tienes otra nalga, mi vida?";"no vieja, sigo teniendo dos y una raya en medio". "No seas payaso, amor, ya en serio,¿tienes a otra?"; "pues sí, gorda, pero la otra es ella y no usté, ánimo ". ¡Y ya!¿Para qué se complican, hombre? Pero el caso es que esta mujer estuvo piénsele y piénsele cómo hacerle para no rebajarse a seguir al hombre cuando salía y para no gastar en un detective privado, cuando en eso oyó al niño jugando en el patio. Le grita "¡Chepito!". Se llamaba igual que el padre. Nomás que pa distinguirlos, al papá le gritaban "¡Chepitote!" Cuando era en la calle no faltaba el volteado que contestaba "maaaande". Pero bueno, llegó Chepito. "Dime, mamá". Y le dice "mira mijito, necesito que le hagas un favor a tu mamacita; es muy sencillo, mañana en vez de irte a la escuela sigues a tu papá hasta que regrese a la casa, pero sin que se dé cuenta, y cuando vengas me platicas lo que hizo y si de casualidad lo viste con otra señora". Pero miren lo que son las cosas, porque así como son de instigosas tambien pecan de ingenuas nuestras cónyuges por creer que uno deja a la señora pa andar con otra de la edad.¡Oigan..! Y bueno, ya después de lo que le pidió al niño pregunta éste"¿y para qué, mamá? ¡La ternura de la inocencia! ¿No? Es que este era un mocoso como los de mis tiempos, no como los de ahora; bola de cabrones, ya te alburean sin que te des cuenta. "¿Para qué?", pregunta y le contesta aquella "pues es nada más para saber si tu papá no se anda queriendo conseguir otra mamá para tí". No pues el pobre con eso aceptó luego luego. Ya con ese susto... ¡Hasta dónde llegan las progenitoras, caramba!
Y así, a la mañana siguiente, se levantó el niño más temprano y luego de que salió el señor se fue tras de él. Ya en la tarde regresa el chamaco,¡pálido!. Pero ¡¡Pálido!! Y la doña, nomás de verlo "¡ándale, escúpele pa pronto, dime qué fue lo viste!" Se desapendejó como pudo el dichoso Chepito y se suelta "¡mamá, tenías razón!: mi papá nos quiere cambiar, anduvo todo el día de paseo, fue al cine, a comprar nieves y al final entró en un hotel, pero con eme, y con todo y el carro!" No... la vieja se puso histérica "¡¿con otra mujer?!", gritó ya desquiciada y le dice él "no, mi papá se consiguió otro hijo".

01 agosto, 2010

La búsqueda

Si Ernesto hubiera contestado el teléfono en vez de salir presuroso a buscar a su esposa, ella le habría dicho los motivos por los que lo abandonaba. Para fortuna de los dos, Ernesto estaba apenas lo suficientemente lejos como para confundir el sonido de la llamada con el claxon del automóvil que casi lo atropellaba. Luisa podía irse más tranquila pensando que dejarle un mensaje en la contestadora hubiera sido más cruel que su silencio; él podría continuar la búsqueda y, con un poco de suerte, disimular mejor su tristeza cruzando las calles con precaución.

23 julio, 2010

Entrelineas del optimismo

¿Por qué siempre estás injuriando, triste hombre?
¡Por qué siempre estas injurias!, ando triste, hombre.
El humano, ¡monstruo de la genialidad!,
hace destrozos hasta de las peores tristezas.
El humano, ¡monstruo!,
de la genialidad hace destrozos, asta de las peores tristezas.
La vid hace cava, la historia da luz al patriota.
La vida se acaba, la historia la aluzó el patriota.
La vida tiene su razón siempre.
La vid tiene surrazón, siempre.
Embriágate de ella.
De la esperanza, de creer en un final feliz.
De la espera, ansia de creer en un final feliz.
Ten sosiego en la ultima hora, que cobrará tu existencia.
Tenso, ciego en la ultima hora.¿Qué cobrará mi existencia?
Y que la llevará lejos de este mundo.
¿Y qué la llevará lejos de este mundo?

20 julio, 2010

Un vaso de leche

Suena el despertador. Me levanto y me dirijo al baño, casi sin pensar en los movimientos que hago para llegar ahí. Abro la llave y el agua empieza a hacer una pequeña cascada. Procuro agarrar la mayor cantidad de agua haciendo con mis manos un vaso que está perforado en cada espacio que hay entre los dedos. Estampo el agua contra mi cara. Mis ojos sienten cómo el frío se derrama. Antes de bañarme decido bajar a tomar un vaso de leche. Llego a la cocina y me doy cuenta que todos los vasos están sucios. No quiero lavar un vaso. Tomo la taza que mi madre guarda como el más preciado objeto desde que abuelita murió. Abro el refrigerador. No hay leche. Se escucha el rechinido de una puerta, quizá sea la de mis padres, o la del cuarto de mi hermana mayor. Volteo rápidamente y trato de poner la taza en su lugar. Me da miedo pensar el grito que daría mamá al ver que la agarré sin permiso. Un movimiento brusco hace que se desprenda de mi mano derecha. La taza cae, se rompe. Empiezo a llorar irremediablemente. Qué hiciste, pregunta mi hermana mayor que aparece con su sombra caminando delante de ella. No contesto, sigo llorando. Ella empieza a juntar cada pedazo de aquella taza. Se escucha otro ruido. Seguro que es mamá, digo con voz del que pronuncia sus últimas palabras de vida. Mi hermana mayor toma dos vasos sucios, uno en cada mano, y los deja caer al mismo tiempo, aunque en diferente lugar. Tras el sonido el grito de mamá: Qué están haciendo. No hablo, confiado en que mi hermana dará una explicación a la estupidez de su acto heroico. Quise lavar un vaso para tomar leche, pero se me calló. Entonces tomé otro y de los mismos nervios se me rompió el segundo vaso, dijo ella. Y tú por qué lloras, Estoy asustado, le digo mientras me limpio las lágrimas que no se alcanzaron a secar. Mamá junta el vidrio esparcido. Mi hermana le ayuda. Por qué se levantaron tan temprano, pregunta mamá. Para ir a la escuela, contesto. Mamá empieza a reír, y yo río sin saber el motivo de su alegría instantánea, sólo río para que se le olvide que estaba enojada. Mamá tira los vidrios en una bolsa mientras ríe. Sale de la cocina y se dirige a su cuarto. Sigue riendo. 

16 julio, 2010

Malas Noticias

En días como hoy, con soplos del sol en la cara, goterones de sudor corriendo en las sienes y arrugas reinventadas en la frente es cuando más extraño las visitas de verano a Milano. Nada comparadas con estos veranos. Allá el verano es de vientos templados que reposan peinando el valle de la ciudad mientras bajan de los alpinos.

De cierta forma allá los días son más claros, menos turbios por las multitudes del metro o simplemente por ser anónimo a los ojos de todos. Era magnifico como mi tío Simo que es Massimo de cariño, me tomaba de la mano y caminábamos entre saludos, abrazos y silencios de los amigos y enemigos por la calle. Esa angostita que olvide como se llamaba y que iba de la casa de la moneda hasta la iglesia de San Mauro.

Lo excepcional de esta caminata era su destino; el Bar Campari, taberna de los antiguos donde se jugaba dominó y se hablaba de bandoneones y destellos de bohemia.

Cuando llegábamos al bar, fuere la hora que fuere el cantinero, un caucásico polaco apodado Basette que a falta de espectadores hacía cantaletas de la guerra al tiempo que servía tragos y azotaba animalejos con un trapo.

Todavía recuerdo a su hijo más o menos de mi edad quién siempre estaba en un rincón jugando con las sombras del lugar. Cierto día, aburrido ya de las pláticas de los mayores, me acerque con sigilo y le pregunte su nombre. Me dijo que se llamaba Toto, también le cuestioné el por qué siempre estaba en ese rincón; pero no me dijo nada y me contestó todo lo que quería saber con una sonrisa.
Yo no sabía que ahí jugaba a los vaqueros, a las guerras intergalácticas incluso también a las muñecas, todo con la sombra de sus dedos y de vez en cuando con objetos o sombritas que se cruzaban en su pedazo de pared. Un día una sombra de un clavo por ejemplo era la espada de un guerrero medieval, otro un gusano, luego un rio.

Por eso recuerdo a Toto justo ahora, porque su libertad siempre fue la misma en el viejo oeste de su muro, o en el universo de su rincón. Porque se hacía justicia de niño en cada risa, en cada sombra con forma de perro, de mi alma o de dinosaurio. Olvidándose del dominó y de los cantos locos de la guerra, del olor a tabaco mojado.

Recuerdo y extraño todo eso ahora que me dices que está muerto.

15 julio, 2010

Solamente he venido a matarte.


Prometí que ya no pasaría por aquí, te lo prometí el día en que me saliste de mi vida pero este es el camino de una rutina para mía, sin pensarlo llegué aquí y cuando toqué la puerta no sabía bien lo que hacía, no he venido como en las visitas anteriores, en las cuales nos sentábamos a tomar el té y café, tampoco paseáremos por el lago ni posaré para tus pinturas de arte extremista. Hoy solamente pasé por aquí porque se me antojó matarte.

He decidido que tu vida debe tener fin, te voy a explicar porqué: Últimamente he estado pensando en los sueños que no tienen fin, son como la vida, un eterno sufrir. Bien, eso creí hasta ”que… te ví” ¿te suena cursi? Así me enseñaste a ser y cada vez que lo reconozco me da asco y siento más rencor por ti. Pues por algún tiempo tus besos, aquellos con los que soñaba me hicieron sentir feliz, feliz cómo lo es un perro callejero alimentado por un extraño, feliz como el niño que come un dulce después de una vacuna, feliz como las putas cuando les haz pagado, feliz como el difunto anciano que momentos antes sufría de enfermedades en fase terminal. En fin… Feliz.

Hoy, no me haces feliz. No me haces sonreír. Por ello he decidido matarte, otro día vendré a enterrarte y si tienes suerte te resucitaré.

14 julio, 2010

Cuento infantil o Umbrelio

Prólogo: cuento muy viejo que escribí para una sobrinita. Ya

Todo era obscuridad dentro del contenedor de basura, de repente entra un rayo de luz, alguien abre la puerta y ¡TRASH!, tira un objeto grande, descuidado y flaco, no se sabía qué podía ser porque la puerta se cerró rápidamente, los demás objetos sentían curiosidad por saber qué era, se escuchaban los murmullos de las bolsas usadas y las cajas viejas. Las botellas de vidrio, vacías y rotas, se preguntaban una a otra quién era el nuevo rechazado, un zapato viejo dormía y sus ronquidos eran lo único que se escuchaba en todo el interior de aquel contenedor húmedo, oscuro y frío. El nuevo inquilino se sentía solo, desahuciado, no entendía por qué estaba allí, no se atrevía a hablar, tenía miedo, no podía ver a los demás objetos que le rodeaban, ni siquiera a aquellos sobre los que había caído. Un llanto quedito empezó a oírse a la par de los ronquidos del zapato viejo.
Una camisola vieja y percudida, remendada más de diez veces y sin una de sus mangas, se armó de valor y dijo:
- Oye tú, el nuevo, ¿Podrías identificarte?
El nuevo se asustó un poco más con el tono autoritario de la camisola, tenía ese carácter porque hasta hace no mucho pertenecía a un comandante del ejército. La camisola insistió:
- Dije que te identifiques.
Con una voz muy tímida, gastada y agobiada, el nuevo alcanzó a decir:
- Soy Umbrelio señor, un paraguas.
- Conque Umbrelio ¿eh?, ¿Y ya sabes por qué estás aquí?- preguntó la camisola.
- No señor – dijo Umbrelio con su voz triste – de hecho creo que debe haber un error, la verdad no sé muy bien qué está pasando.
- Ah, pues te voy a explicar – dijo la camisola sin suavizar el tono de su voz- resulta que has dejado de ser útil, aquellos a quienes servías, tu familia, ya no te necesita más, te has convertido en uno de nosotros, en uno de “Los rechazados”.
- ¡No, no puede ser! – respondió asustado Umbrelio – mi familia me quiere mucho, yo creo que deben estar jugando a las escondidas conmigo, ja, ja, siempre están jugando conmigo, no deben tardar en venir por mí... aunque el señor Echeverría nunca jugaba conmigo, y era él quien me traía...
- ¿Lo ves? – agregó la camisola – lo que sucede es que tu vida útil ha terminado, pero no te preocupes, si no estás muy maltratado a lo mejor te vas con el pepenador que ya no debe tardar en venir.
- ¡No, no! – gritó Umbrelio con un miedo muy grande – yo quiero mucho a mi familia, a los niños, a los señores, no puede ser que ya no se acuerden de todo lo que hice por ellos... recuerdo que muchas veces los cubrí de la lluvia, siempre he sido su mejor paraguas, la señora siempre decía que yo era muy elegante y fino, siempre me escogía para llevarme a las fiestas de gala donde me paseaba y lucía como si fuera yo una de sus joyas, caminaba orgullosa llevándome en su mano recorriendo toda la entrada y luego me dejaba en la recepción donde yo permanecía seguro y tranquilo. La señora volteaba a mirarme de vez en cuando para ver si yo seguía ahí, ella me quería mucho, una vez incluso me dio un beso y me dijo: “me salvaste de una empapada terrible...
- Pero eso no tiene nada qué ver, hombre – interrumpió la camisola – mírame a mí, años y años de servir a mi comandante González, heridas de guerra que supe resistir para seguir sirviéndolo, incluso hubo una ocasión en que perdí una de mis mangas por culpa de una mina, después de eso mi comandante González me guardó como trofeo, pero desde que empezó a ir a unas terapias de no se qué, empezó a deshacerse de todo, los rifles, las granadas, las municiones, la gorra, las botas, y ahora me tocó a mí...
- Sí, sí, pero no entiendes – interrumpió ahora Umbrelio – es que a mí me han usado siempre, aun cuando no llueve, cuántas veces los niños me usaron como espada, o rifle, o escudo cuando me abrían, también el abuelo me paseaba en algunas tardes, lluviosas o no, llevándome por los parques y las calles apoyándose en mí, usándome como bastón, y qué decir del señor Echeverría, todavía recuerdo cuando fue a comprarme, cómo me miró con su cara orgullosa y contenta diciendo: “véndame ese negro, por favor”, desde entonces fui su amigo y compañero, me cuidaba muy bien, después de llegar de las calles lluviosas me sacudía con cuidado y me dejaba extendido boca abajo en el garage, y cuando ya estaba seco me cerraba nuevamente y me guardaba en un canasto largo de mimbre que estaba muy cerca de la chimenea, era tan bonito estar cerca del fuego en esas tardes y noches lluviosas y frías... no entiendo qué hago aquí, si me querían tanto.
- ¡Silencio! – gritó la camisola – alguien abre la puerta.

Era el pepenador que había llegado como todas las noches para ver qué le servía, empezó a hurgar entre la basura en busca de cosas útiles para vender o para usar él mismo.
- Botellas, cartón, latas – susurraba el pepenador mientras echaba las cosas a su costal gastado y sucio. En eso encontró al zapato viejo y lo agarró, el zapato despertó desconcertado - ¿Eh?, ¿qué?, ¿qué pasa? – decía el zapato mientras el pepenador se lo probaba en uno de sus pies. – Combina con el otro zapato que me encontré – dijo el pepenador.
Siguió buscando y se encontró a la camisola y se puso muy contento.
- Híjole, esta todavía está buena – dijo el pepenador mientras se la ponía sobre la espalda.
Y finalmente se encontró al paraguas negro, lo cual le dio todavía más emoción.
- ¡Órale! este paraguas está muy bien hecho y se ve bueno todavía -. Y se lo colgó del brazo izquierdo para seguir caminando, cerró el contenedor y caminó rumbo al siguiente, la luz de un relámpago iluminó momentáneamente el horizonte, el trueno consecuente lo estremeció, mientras a sus espaldas se escuchaba el murmullo de la lluvia aproximándose.