23 julio, 2010

Entrelineas del optimismo

¿Por qué siempre estás injuriando, triste hombre?
¡Por qué siempre estas injurias!, ando triste, hombre.
El humano, ¡monstruo de la genialidad!,
hace destrozos hasta de las peores tristezas.
El humano, ¡monstruo!,
de la genialidad hace destrozos, asta de las peores tristezas.
La vid hace cava, la historia da luz al patriota.
La vida se acaba, la historia la aluzó el patriota.
La vida tiene su razón siempre.
La vid tiene surrazón, siempre.
Embriágate de ella.
De la esperanza, de creer en un final feliz.
De la espera, ansia de creer en un final feliz.
Ten sosiego en la ultima hora, que cobrará tu existencia.
Tenso, ciego en la ultima hora.¿Qué cobrará mi existencia?
Y que la llevará lejos de este mundo.
¿Y qué la llevará lejos de este mundo?

20 julio, 2010

Un vaso de leche

Suena el despertador. Me levanto y me dirijo al baño, casi sin pensar en los movimientos que hago para llegar ahí. Abro la llave y el agua empieza a hacer una pequeña cascada. Procuro agarrar la mayor cantidad de agua haciendo con mis manos un vaso que está perforado en cada espacio que hay entre los dedos. Estampo el agua contra mi cara. Mis ojos sienten cómo el frío se derrama. Antes de bañarme decido bajar a tomar un vaso de leche. Llego a la cocina y me doy cuenta que todos los vasos están sucios. No quiero lavar un vaso. Tomo la taza que mi madre guarda como el más preciado objeto desde que abuelita murió. Abro el refrigerador. No hay leche. Se escucha el rechinido de una puerta, quizá sea la de mis padres, o la del cuarto de mi hermana mayor. Volteo rápidamente y trato de poner la taza en su lugar. Me da miedo pensar el grito que daría mamá al ver que la agarré sin permiso. Un movimiento brusco hace que se desprenda de mi mano derecha. La taza cae, se rompe. Empiezo a llorar irremediablemente. Qué hiciste, pregunta mi hermana mayor que aparece con su sombra caminando delante de ella. No contesto, sigo llorando. Ella empieza a juntar cada pedazo de aquella taza. Se escucha otro ruido. Seguro que es mamá, digo con voz del que pronuncia sus últimas palabras de vida. Mi hermana mayor toma dos vasos sucios, uno en cada mano, y los deja caer al mismo tiempo, aunque en diferente lugar. Tras el sonido el grito de mamá: Qué están haciendo. No hablo, confiado en que mi hermana dará una explicación a la estupidez de su acto heroico. Quise lavar un vaso para tomar leche, pero se me calló. Entonces tomé otro y de los mismos nervios se me rompió el segundo vaso, dijo ella. Y tú por qué lloras, Estoy asustado, le digo mientras me limpio las lágrimas que no se alcanzaron a secar. Mamá junta el vidrio esparcido. Mi hermana le ayuda. Por qué se levantaron tan temprano, pregunta mamá. Para ir a la escuela, contesto. Mamá empieza a reír, y yo río sin saber el motivo de su alegría instantánea, sólo río para que se le olvide que estaba enojada. Mamá tira los vidrios en una bolsa mientras ríe. Sale de la cocina y se dirige a su cuarto. Sigue riendo. 

16 julio, 2010

Malas Noticias

En días como hoy, con soplos del sol en la cara, goterones de sudor corriendo en las sienes y arrugas reinventadas en la frente es cuando más extraño las visitas de verano a Milano. Nada comparadas con estos veranos. Allá el verano es de vientos templados que reposan peinando el valle de la ciudad mientras bajan de los alpinos.

De cierta forma allá los días son más claros, menos turbios por las multitudes del metro o simplemente por ser anónimo a los ojos de todos. Era magnifico como mi tío Simo que es Massimo de cariño, me tomaba de la mano y caminábamos entre saludos, abrazos y silencios de los amigos y enemigos por la calle. Esa angostita que olvide como se llamaba y que iba de la casa de la moneda hasta la iglesia de San Mauro.

Lo excepcional de esta caminata era su destino; el Bar Campari, taberna de los antiguos donde se jugaba dominó y se hablaba de bandoneones y destellos de bohemia.

Cuando llegábamos al bar, fuere la hora que fuere el cantinero, un caucásico polaco apodado Basette que a falta de espectadores hacía cantaletas de la guerra al tiempo que servía tragos y azotaba animalejos con un trapo.

Todavía recuerdo a su hijo más o menos de mi edad quién siempre estaba en un rincón jugando con las sombras del lugar. Cierto día, aburrido ya de las pláticas de los mayores, me acerque con sigilo y le pregunte su nombre. Me dijo que se llamaba Toto, también le cuestioné el por qué siempre estaba en ese rincón; pero no me dijo nada y me contestó todo lo que quería saber con una sonrisa.
Yo no sabía que ahí jugaba a los vaqueros, a las guerras intergalácticas incluso también a las muñecas, todo con la sombra de sus dedos y de vez en cuando con objetos o sombritas que se cruzaban en su pedazo de pared. Un día una sombra de un clavo por ejemplo era la espada de un guerrero medieval, otro un gusano, luego un rio.

Por eso recuerdo a Toto justo ahora, porque su libertad siempre fue la misma en el viejo oeste de su muro, o en el universo de su rincón. Porque se hacía justicia de niño en cada risa, en cada sombra con forma de perro, de mi alma o de dinosaurio. Olvidándose del dominó y de los cantos locos de la guerra, del olor a tabaco mojado.

Recuerdo y extraño todo eso ahora que me dices que está muerto.

15 julio, 2010

Solamente he venido a matarte.


Prometí que ya no pasaría por aquí, te lo prometí el día en que me saliste de mi vida pero este es el camino de una rutina para mía, sin pensarlo llegué aquí y cuando toqué la puerta no sabía bien lo que hacía, no he venido como en las visitas anteriores, en las cuales nos sentábamos a tomar el té y café, tampoco paseáremos por el lago ni posaré para tus pinturas de arte extremista. Hoy solamente pasé por aquí porque se me antojó matarte.

He decidido que tu vida debe tener fin, te voy a explicar porqué: Últimamente he estado pensando en los sueños que no tienen fin, son como la vida, un eterno sufrir. Bien, eso creí hasta ”que… te ví” ¿te suena cursi? Así me enseñaste a ser y cada vez que lo reconozco me da asco y siento más rencor por ti. Pues por algún tiempo tus besos, aquellos con los que soñaba me hicieron sentir feliz, feliz cómo lo es un perro callejero alimentado por un extraño, feliz como el niño que come un dulce después de una vacuna, feliz como las putas cuando les haz pagado, feliz como el difunto anciano que momentos antes sufría de enfermedades en fase terminal. En fin… Feliz.

Hoy, no me haces feliz. No me haces sonreír. Por ello he decidido matarte, otro día vendré a enterrarte y si tienes suerte te resucitaré.

14 julio, 2010

Cuento infantil o Umbrelio

Prólogo: cuento muy viejo que escribí para una sobrinita. Ya

Todo era obscuridad dentro del contenedor de basura, de repente entra un rayo de luz, alguien abre la puerta y ¡TRASH!, tira un objeto grande, descuidado y flaco, no se sabía qué podía ser porque la puerta se cerró rápidamente, los demás objetos sentían curiosidad por saber qué era, se escuchaban los murmullos de las bolsas usadas y las cajas viejas. Las botellas de vidrio, vacías y rotas, se preguntaban una a otra quién era el nuevo rechazado, un zapato viejo dormía y sus ronquidos eran lo único que se escuchaba en todo el interior de aquel contenedor húmedo, oscuro y frío. El nuevo inquilino se sentía solo, desahuciado, no entendía por qué estaba allí, no se atrevía a hablar, tenía miedo, no podía ver a los demás objetos que le rodeaban, ni siquiera a aquellos sobre los que había caído. Un llanto quedito empezó a oírse a la par de los ronquidos del zapato viejo.
Una camisola vieja y percudida, remendada más de diez veces y sin una de sus mangas, se armó de valor y dijo:
- Oye tú, el nuevo, ¿Podrías identificarte?
El nuevo se asustó un poco más con el tono autoritario de la camisola, tenía ese carácter porque hasta hace no mucho pertenecía a un comandante del ejército. La camisola insistió:
- Dije que te identifiques.
Con una voz muy tímida, gastada y agobiada, el nuevo alcanzó a decir:
- Soy Umbrelio señor, un paraguas.
- Conque Umbrelio ¿eh?, ¿Y ya sabes por qué estás aquí?- preguntó la camisola.
- No señor – dijo Umbrelio con su voz triste – de hecho creo que debe haber un error, la verdad no sé muy bien qué está pasando.
- Ah, pues te voy a explicar – dijo la camisola sin suavizar el tono de su voz- resulta que has dejado de ser útil, aquellos a quienes servías, tu familia, ya no te necesita más, te has convertido en uno de nosotros, en uno de “Los rechazados”.
- ¡No, no puede ser! – respondió asustado Umbrelio – mi familia me quiere mucho, yo creo que deben estar jugando a las escondidas conmigo, ja, ja, siempre están jugando conmigo, no deben tardar en venir por mí... aunque el señor Echeverría nunca jugaba conmigo, y era él quien me traía...
- ¿Lo ves? – agregó la camisola – lo que sucede es que tu vida útil ha terminado, pero no te preocupes, si no estás muy maltratado a lo mejor te vas con el pepenador que ya no debe tardar en venir.
- ¡No, no! – gritó Umbrelio con un miedo muy grande – yo quiero mucho a mi familia, a los niños, a los señores, no puede ser que ya no se acuerden de todo lo que hice por ellos... recuerdo que muchas veces los cubrí de la lluvia, siempre he sido su mejor paraguas, la señora siempre decía que yo era muy elegante y fino, siempre me escogía para llevarme a las fiestas de gala donde me paseaba y lucía como si fuera yo una de sus joyas, caminaba orgullosa llevándome en su mano recorriendo toda la entrada y luego me dejaba en la recepción donde yo permanecía seguro y tranquilo. La señora volteaba a mirarme de vez en cuando para ver si yo seguía ahí, ella me quería mucho, una vez incluso me dio un beso y me dijo: “me salvaste de una empapada terrible...
- Pero eso no tiene nada qué ver, hombre – interrumpió la camisola – mírame a mí, años y años de servir a mi comandante González, heridas de guerra que supe resistir para seguir sirviéndolo, incluso hubo una ocasión en que perdí una de mis mangas por culpa de una mina, después de eso mi comandante González me guardó como trofeo, pero desde que empezó a ir a unas terapias de no se qué, empezó a deshacerse de todo, los rifles, las granadas, las municiones, la gorra, las botas, y ahora me tocó a mí...
- Sí, sí, pero no entiendes – interrumpió ahora Umbrelio – es que a mí me han usado siempre, aun cuando no llueve, cuántas veces los niños me usaron como espada, o rifle, o escudo cuando me abrían, también el abuelo me paseaba en algunas tardes, lluviosas o no, llevándome por los parques y las calles apoyándose en mí, usándome como bastón, y qué decir del señor Echeverría, todavía recuerdo cuando fue a comprarme, cómo me miró con su cara orgullosa y contenta diciendo: “véndame ese negro, por favor”, desde entonces fui su amigo y compañero, me cuidaba muy bien, después de llegar de las calles lluviosas me sacudía con cuidado y me dejaba extendido boca abajo en el garage, y cuando ya estaba seco me cerraba nuevamente y me guardaba en un canasto largo de mimbre que estaba muy cerca de la chimenea, era tan bonito estar cerca del fuego en esas tardes y noches lluviosas y frías... no entiendo qué hago aquí, si me querían tanto.
- ¡Silencio! – gritó la camisola – alguien abre la puerta.

Era el pepenador que había llegado como todas las noches para ver qué le servía, empezó a hurgar entre la basura en busca de cosas útiles para vender o para usar él mismo.
- Botellas, cartón, latas – susurraba el pepenador mientras echaba las cosas a su costal gastado y sucio. En eso encontró al zapato viejo y lo agarró, el zapato despertó desconcertado - ¿Eh?, ¿qué?, ¿qué pasa? – decía el zapato mientras el pepenador se lo probaba en uno de sus pies. – Combina con el otro zapato que me encontré – dijo el pepenador.
Siguió buscando y se encontró a la camisola y se puso muy contento.
- Híjole, esta todavía está buena – dijo el pepenador mientras se la ponía sobre la espalda.
Y finalmente se encontró al paraguas negro, lo cual le dio todavía más emoción.
- ¡Órale! este paraguas está muy bien hecho y se ve bueno todavía -. Y se lo colgó del brazo izquierdo para seguir caminando, cerró el contenedor y caminó rumbo al siguiente, la luz de un relámpago iluminó momentáneamente el horizonte, el trueno consecuente lo estremeció, mientras a sus espaldas se escuchaba el murmullo de la lluvia aproximándose.