16 julio, 2010

Malas Noticias

En días como hoy, con soplos del sol en la cara, goterones de sudor corriendo en las sienes y arrugas reinventadas en la frente es cuando más extraño las visitas de verano a Milano. Nada comparadas con estos veranos. Allá el verano es de vientos templados que reposan peinando el valle de la ciudad mientras bajan de los alpinos.

De cierta forma allá los días son más claros, menos turbios por las multitudes del metro o simplemente por ser anónimo a los ojos de todos. Era magnifico como mi tío Simo que es Massimo de cariño, me tomaba de la mano y caminábamos entre saludos, abrazos y silencios de los amigos y enemigos por la calle. Esa angostita que olvide como se llamaba y que iba de la casa de la moneda hasta la iglesia de San Mauro.

Lo excepcional de esta caminata era su destino; el Bar Campari, taberna de los antiguos donde se jugaba dominó y se hablaba de bandoneones y destellos de bohemia.

Cuando llegábamos al bar, fuere la hora que fuere el cantinero, un caucásico polaco apodado Basette que a falta de espectadores hacía cantaletas de la guerra al tiempo que servía tragos y azotaba animalejos con un trapo.

Todavía recuerdo a su hijo más o menos de mi edad quién siempre estaba en un rincón jugando con las sombras del lugar. Cierto día, aburrido ya de las pláticas de los mayores, me acerque con sigilo y le pregunte su nombre. Me dijo que se llamaba Toto, también le cuestioné el por qué siempre estaba en ese rincón; pero no me dijo nada y me contestó todo lo que quería saber con una sonrisa.
Yo no sabía que ahí jugaba a los vaqueros, a las guerras intergalácticas incluso también a las muñecas, todo con la sombra de sus dedos y de vez en cuando con objetos o sombritas que se cruzaban en su pedazo de pared. Un día una sombra de un clavo por ejemplo era la espada de un guerrero medieval, otro un gusano, luego un rio.

Por eso recuerdo a Toto justo ahora, porque su libertad siempre fue la misma en el viejo oeste de su muro, o en el universo de su rincón. Porque se hacía justicia de niño en cada risa, en cada sombra con forma de perro, de mi alma o de dinosaurio. Olvidándose del dominó y de los cantos locos de la guerra, del olor a tabaco mojado.

Recuerdo y extraño todo eso ahora que me dices que está muerto.