14 julio, 2010

Cuento infantil o Umbrelio

Prólogo: cuento muy viejo que escribí para una sobrinita. Ya

Todo era obscuridad dentro del contenedor de basura, de repente entra un rayo de luz, alguien abre la puerta y ¡TRASH!, tira un objeto grande, descuidado y flaco, no se sabía qué podía ser porque la puerta se cerró rápidamente, los demás objetos sentían curiosidad por saber qué era, se escuchaban los murmullos de las bolsas usadas y las cajas viejas. Las botellas de vidrio, vacías y rotas, se preguntaban una a otra quién era el nuevo rechazado, un zapato viejo dormía y sus ronquidos eran lo único que se escuchaba en todo el interior de aquel contenedor húmedo, oscuro y frío. El nuevo inquilino se sentía solo, desahuciado, no entendía por qué estaba allí, no se atrevía a hablar, tenía miedo, no podía ver a los demás objetos que le rodeaban, ni siquiera a aquellos sobre los que había caído. Un llanto quedito empezó a oírse a la par de los ronquidos del zapato viejo.
Una camisola vieja y percudida, remendada más de diez veces y sin una de sus mangas, se armó de valor y dijo:
- Oye tú, el nuevo, ¿Podrías identificarte?
El nuevo se asustó un poco más con el tono autoritario de la camisola, tenía ese carácter porque hasta hace no mucho pertenecía a un comandante del ejército. La camisola insistió:
- Dije que te identifiques.
Con una voz muy tímida, gastada y agobiada, el nuevo alcanzó a decir:
- Soy Umbrelio señor, un paraguas.
- Conque Umbrelio ¿eh?, ¿Y ya sabes por qué estás aquí?- preguntó la camisola.
- No señor – dijo Umbrelio con su voz triste – de hecho creo que debe haber un error, la verdad no sé muy bien qué está pasando.
- Ah, pues te voy a explicar – dijo la camisola sin suavizar el tono de su voz- resulta que has dejado de ser útil, aquellos a quienes servías, tu familia, ya no te necesita más, te has convertido en uno de nosotros, en uno de “Los rechazados”.
- ¡No, no puede ser! – respondió asustado Umbrelio – mi familia me quiere mucho, yo creo que deben estar jugando a las escondidas conmigo, ja, ja, siempre están jugando conmigo, no deben tardar en venir por mí... aunque el señor Echeverría nunca jugaba conmigo, y era él quien me traía...
- ¿Lo ves? – agregó la camisola – lo que sucede es que tu vida útil ha terminado, pero no te preocupes, si no estás muy maltratado a lo mejor te vas con el pepenador que ya no debe tardar en venir.
- ¡No, no! – gritó Umbrelio con un miedo muy grande – yo quiero mucho a mi familia, a los niños, a los señores, no puede ser que ya no se acuerden de todo lo que hice por ellos... recuerdo que muchas veces los cubrí de la lluvia, siempre he sido su mejor paraguas, la señora siempre decía que yo era muy elegante y fino, siempre me escogía para llevarme a las fiestas de gala donde me paseaba y lucía como si fuera yo una de sus joyas, caminaba orgullosa llevándome en su mano recorriendo toda la entrada y luego me dejaba en la recepción donde yo permanecía seguro y tranquilo. La señora volteaba a mirarme de vez en cuando para ver si yo seguía ahí, ella me quería mucho, una vez incluso me dio un beso y me dijo: “me salvaste de una empapada terrible...
- Pero eso no tiene nada qué ver, hombre – interrumpió la camisola – mírame a mí, años y años de servir a mi comandante González, heridas de guerra que supe resistir para seguir sirviéndolo, incluso hubo una ocasión en que perdí una de mis mangas por culpa de una mina, después de eso mi comandante González me guardó como trofeo, pero desde que empezó a ir a unas terapias de no se qué, empezó a deshacerse de todo, los rifles, las granadas, las municiones, la gorra, las botas, y ahora me tocó a mí...
- Sí, sí, pero no entiendes – interrumpió ahora Umbrelio – es que a mí me han usado siempre, aun cuando no llueve, cuántas veces los niños me usaron como espada, o rifle, o escudo cuando me abrían, también el abuelo me paseaba en algunas tardes, lluviosas o no, llevándome por los parques y las calles apoyándose en mí, usándome como bastón, y qué decir del señor Echeverría, todavía recuerdo cuando fue a comprarme, cómo me miró con su cara orgullosa y contenta diciendo: “véndame ese negro, por favor”, desde entonces fui su amigo y compañero, me cuidaba muy bien, después de llegar de las calles lluviosas me sacudía con cuidado y me dejaba extendido boca abajo en el garage, y cuando ya estaba seco me cerraba nuevamente y me guardaba en un canasto largo de mimbre que estaba muy cerca de la chimenea, era tan bonito estar cerca del fuego en esas tardes y noches lluviosas y frías... no entiendo qué hago aquí, si me querían tanto.
- ¡Silencio! – gritó la camisola – alguien abre la puerta.

Era el pepenador que había llegado como todas las noches para ver qué le servía, empezó a hurgar entre la basura en busca de cosas útiles para vender o para usar él mismo.
- Botellas, cartón, latas – susurraba el pepenador mientras echaba las cosas a su costal gastado y sucio. En eso encontró al zapato viejo y lo agarró, el zapato despertó desconcertado - ¿Eh?, ¿qué?, ¿qué pasa? – decía el zapato mientras el pepenador se lo probaba en uno de sus pies. – Combina con el otro zapato que me encontré – dijo el pepenador.
Siguió buscando y se encontró a la camisola y se puso muy contento.
- Híjole, esta todavía está buena – dijo el pepenador mientras se la ponía sobre la espalda.
Y finalmente se encontró al paraguas negro, lo cual le dio todavía más emoción.
- ¡Órale! este paraguas está muy bien hecho y se ve bueno todavía -. Y se lo colgó del brazo izquierdo para seguir caminando, cerró el contenedor y caminó rumbo al siguiente, la luz de un relámpago iluminó momentáneamente el horizonte, el trueno consecuente lo estremeció, mientras a sus espaldas se escuchaba el murmullo de la lluvia aproximándose.