23 julio, 2010
Entrelineas del optimismo
20 julio, 2010
Un vaso de leche
16 julio, 2010
Malas Noticias
De cierta forma allá los días son más claros, menos turbios por las multitudes del metro o simplemente por ser anónimo a los ojos de todos. Era magnifico como mi tío Simo que es Massimo de cariño, me tomaba de la mano y caminábamos entre saludos, abrazos y silencios de los amigos y enemigos por la calle. Esa angostita que olvide como se llamaba y que iba de la casa de la moneda hasta la iglesia de San Mauro.
Lo excepcional de esta caminata era su destino; el Bar Campari, taberna de los antiguos donde se jugaba dominó y se hablaba de bandoneones y destellos de bohemia.
Cuando llegábamos al bar, fuere la hora que fuere el cantinero, un caucásico polaco apodado Basette que a falta de espectadores hacía cantaletas de la guerra al tiempo que servía tragos y azotaba animalejos con un trapo.
Todavía recuerdo a su hijo más o menos de mi edad quién siempre estaba en un rincón jugando con las sombras del lugar. Cierto día, aburrido ya de las pláticas de los mayores, me acerque con sigilo y le pregunte su nombre. Me dijo que se llamaba Toto, también le cuestioné el por qué siempre estaba en ese rincón; pero no me dijo nada y me contestó todo lo que quería saber con una sonrisa.
Por eso recuerdo a Toto justo ahora, porque su libertad siempre fue la misma en el viejo oeste de su muro, o en el universo de su rincón. Porque se hacía justicia de niño en cada risa, en cada sombra con forma de perro, de mi alma o de dinosaurio. Olvidándose del dominó y de los cantos locos de la guerra, del olor a tabaco mojado.
Recuerdo y extraño todo eso ahora que me dices que está muerto.
15 julio, 2010
Solamente he venido a matarte.
Prometí que ya no pasaría por aquí, te lo prometí el día en que me saliste de mi vida pero este es el camino de una rutina para mía, sin pensarlo llegué aquí y cuando toqué la puerta no sabía bien lo que hacía, no he venido como en las visitas anteriores, en las cuales nos sentábamos a tomar el té y café, tampoco paseáremos por el lago ni posaré para tus pinturas de arte extremista. Hoy solamente pasé por aquí porque se me antojó matarte.
He decidido que tu vida debe tener fin, te voy a explicar porqué: Últimamente he estado pensando en los sueños que no tienen fin, son como la vida, un eterno sufrir. Bien, eso creí hasta ”que… te ví” ¿te suena cursi? Así me enseñaste a ser y cada vez que lo reconozco me da asco y siento más rencor por ti. Pues por algún tiempo tus besos, aquellos con los que soñaba me hicieron sentir feliz, feliz cómo lo es un perro callejero alimentado por un extraño, feliz como el niño que come un dulce después de una vacuna, feliz como las putas cuando les haz pagado, feliz como el difunto anciano que momentos antes sufría de enfermedades en fase terminal. En fin… Feliz.
Hoy, no me haces feliz. No me haces sonreír. Por ello he decidido matarte, otro día vendré a enterrarte y si tienes suerte te resucitaré.
14 julio, 2010
Cuento infantil o Umbrelio
Todo era obscuridad dentro del contenedor de basura, de repente entra un rayo de luz, alguien abre la puerta y ¡TRASH!, tira un objeto grande, descuidado y flaco, no se sabía qué podía ser porque la puerta se cerró rápidamente, los demás objetos sentían curiosidad por saber qué era, se escuchaban los murmullos de las bolsas usadas y las cajas viejas. Las botellas de vidrio, vacías y rotas, se preguntaban una a otra quién era el nuevo rechazado, un zapato viejo dormía y sus ronquidos eran lo único que se escuchaba en todo el interior de aquel contenedor húmedo, oscuro y frío. El nuevo inquilino se sentía solo, desahuciado, no entendía por qué estaba allí, no se atrevía a hablar, tenía miedo, no podía ver a los demás objetos que le rodeaban, ni siquiera a aquellos sobre los que había caído. Un llanto quedito empezó a oírse a la par de los ronquidos del zapato viejo.
Una camisola vieja y percudida, remendada más de diez veces y sin una de sus mangas, se armó de valor y dijo:
- Oye tú, el nuevo, ¿Podrías identificarte?
El nuevo se asustó un poco más con el tono autoritario de la camisola, tenía ese carácter porque hasta hace no mucho pertenecía a un comandante del ejército. La camisola insistió:
- Dije que te identifiques.
Con una voz muy tímida, gastada y agobiada, el nuevo alcanzó a decir:
- Soy Umbrelio señor, un paraguas.
- Conque Umbrelio ¿eh?, ¿Y ya sabes por qué estás aquí?- preguntó la camisola.
- No señor – dijo Umbrelio con su voz triste – de hecho creo que debe haber un error, la verdad no sé muy bien qué está pasando.
- Ah, pues te voy a explicar – dijo la camisola sin suavizar el tono de su voz- resulta que has dejado de ser útil, aquellos a quienes servías, tu familia, ya no te necesita más, te has convertido en uno de nosotros, en uno de “Los rechazados”.
- ¡No, no puede ser! – respondió asustado Umbrelio – mi familia me quiere mucho, yo creo que deben estar jugando a las escondidas conmigo, ja, ja, siempre están jugando conmigo, no deben tardar en venir por mí... aunque el señor Echeverría nunca jugaba conmigo, y era él quien me traía...
- ¿Lo ves? – agregó la camisola – lo que sucede es que tu vida útil ha terminado, pero no te preocupes, si no estás muy maltratado a lo mejor te vas con el pepenador que ya no debe tardar en venir.
- ¡No, no! – gritó Umbrelio con un miedo muy grande – yo quiero mucho a mi familia, a los niños, a los señores, no puede ser que ya no se acuerden de todo lo que hice por ellos... recuerdo que muchas veces los cubrí de la lluvia, siempre he sido su mejor paraguas, la señora siempre decía que yo era muy elegante y fino, siempre me escogía para llevarme a las fiestas de gala donde me paseaba y lucía como si fuera yo una de sus joyas, caminaba orgullosa llevándome en su mano recorriendo toda la entrada y luego me dejaba en la recepción donde yo permanecía seguro y tranquilo. La señora volteaba a mirarme de vez en cuando para ver si yo seguía ahí, ella me quería mucho, una vez incluso me dio un beso y me dijo: “me salvaste de una empapada terrible...
- Pero eso no tiene nada qué ver, hombre – interrumpió la camisola – mírame a mí, años y años de servir a mi comandante González, heridas de guerra que supe resistir para seguir sirviéndolo, incluso hubo una ocasión en que perdí una de mis mangas por culpa de una mina, después de eso mi comandante González me guardó como trofeo, pero desde que empezó a ir a unas terapias de no se qué, empezó a deshacerse de todo, los rifles, las granadas, las municiones, la gorra, las botas, y ahora me tocó a mí...
- Sí, sí, pero no entiendes – interrumpió ahora Umbrelio – es que a mí me han usado siempre, aun cuando no llueve, cuántas veces los niños me usaron como espada, o rifle, o escudo cuando me abrían, también el abuelo me paseaba en algunas tardes, lluviosas o no, llevándome por los parques y las calles apoyándose en mí, usándome como bastón, y qué decir del señor Echeverría, todavía recuerdo cuando fue a comprarme, cómo me miró con su cara orgullosa y contenta diciendo: “véndame ese negro, por favor”, desde entonces fui su amigo y compañero, me cuidaba muy bien, después de llegar de las calles lluviosas me sacudía con cuidado y me dejaba extendido boca abajo en el garage, y cuando ya estaba seco me cerraba nuevamente y me guardaba en un canasto largo de mimbre que estaba muy cerca de la chimenea, era tan bonito estar cerca del fuego en esas tardes y noches lluviosas y frías... no entiendo qué hago aquí, si me querían tanto.
- ¡Silencio! – gritó la camisola – alguien abre la puerta.
Era el pepenador que había llegado como todas las noches para ver qué le servía, empezó a hurgar entre la basura en busca de cosas útiles para vender o para usar él mismo.
- Botellas, cartón, latas – susurraba el pepenador mientras echaba las cosas a su costal gastado y sucio. En eso encontró al zapato viejo y lo agarró, el zapato despertó desconcertado - ¿Eh?, ¿qué?, ¿qué pasa? – decía el zapato mientras el pepenador se lo probaba en uno de sus pies. – Combina con el otro zapato que me encontré – dijo el pepenador.
Siguió buscando y se encontró a la camisola y se puso muy contento.
- Híjole, esta todavía está buena – dijo el pepenador mientras se la ponía sobre la espalda.
Y finalmente se encontró al paraguas negro, lo cual le dio todavía más emoción.
- ¡Órale! este paraguas está muy bien hecho y se ve bueno todavía -. Y se lo colgó del brazo izquierdo para seguir caminando, cerró el contenedor y caminó rumbo al siguiente, la luz de un relámpago iluminó momentáneamente el horizonte, el trueno consecuente lo estremeció, mientras a sus espaldas se escuchaba el murmullo de la lluvia aproximándose.